El ejército romano y la legión, forja
de un imperio
Entre los S.V y I
a.C. la república romana pasó de ser una reducida ciudad-estado a convertirse
en una potencia imperial que dominó el Mediterráneo por la fuerza de las armas.
Por Laura Martín
En su esplendor, el ejército romano fue la fuerza bélica más eficaz de
la Antigüedad: conquistó y mantuvo un imperio que en el S.I d.C. ocupó desde
Gran Bretaña hasta el norte de África y de la península Ibérica hasta Egipto.
La piedra angular de esta colosal organización fueron las legiones, una
entrenada infantería profesional cuyas armas eran la espada, el escudo y la
jabalina. Superiores a las demás fuerzas de combate tanto en campo abierto como
en el asedio, amedrentaron o destruyeron a los enemigos de Roma en campañas
despiadadas.
El primer ejército romano estaba formado por una milicia de soldados con
dedicación parcial: todos los ciudadanos servían al estado durante periodos
concretos. En el S.III a.C. las legiones comenzaron a tomar la forma y la
organización que las convertiría en una fuerza prácticamente invulnerable. Sin
ser todavía profesionales, eran extremadamente eficaces en el combate, y a
medida que sus campañas extendían las fronteras de Roma, el servicio de los
ciudadanos a tiempo parcial acabó siendo insuficiente para las necesidades
militares del Imperio. Para las campañas prolongadas en lugares lejanos -o para
una guarnición permanente en las fronteras-, ya no servían simples
ciudadanos a tiempo parcial. El ejército que conquistó la Galia bajo las
órdenes de Julio César fue ya una fuerza regular de soldados profesionales.
Legionarios
y auxiliares
La profesionalización del ejército también tenía desventajas, pues los
soldados regulares acababan dirigiendo su fidelidad a su comandante en vez de
al Estado, lo que supuso que durante un tiempo Roma sufriera guerras civiles
entre generales rivales de su propio ejército. Pero cuando Augusto fue nombrado
primer emperador, el ejército regular se convirtió en la base del Imperio
Romano. Este ejército contaba con cohortes auxiliares formadas por bárbaros que
no gozaban del privilegio de la ciudadanía romana. Incluía también caballería,
elemento importante en el campo de batalla. Pero esto era complementario: El
núcleo esencial era la infantería de ciudadanos romanos.
El legionario, encargado de mantener el Imperio Romano en su apogeo, era
un soldado de a pie entrenado para luchar en formación cerrada con espada corta
y jabalina. Por lo general era voluntario y debía cumplir ciertos requisitos:
Ser ciudadano romano (los esclavos quedaban rigurosamente excluidos de la
legión así como los condenados por delitos graves o pendientes de un proceso),
y pasar duros exámenes físicos (podían ser rechazados por escasa estatura o por
razones médicas). Pese a ello, los legionarios no eran una élite distinguida.
En los primeros tiempos se ingresaba conforme a requisitos de propiedad, pero
pronto los voluntarios del ejército profesional procedían de clases bajas,
hijos de campesinos, e incluso vagabundos.
La vida en
las legiones
La Legión atraía a hombres de vida insegura y sin perspectivas. El
legionario recibía una paga humilde, y no cobraba más que un labrador, pero
tenía la seguridad del trabajo, comida todos los días y oportunidad de
progresar. Una vez reclutado se alistaba para veinte años de servicio activo,
más otros cinco años como veterano, con deberes menos exigentes. Durante un
cuarto de siglo era destinado a las fronteras del imperio y sometido a una
férrea disciplina y a castigos severos, incluido el castigo de diezmo (el
asesinato de uno de cada diez hombres a manos de sus compañeros). En teoría no
estaba permitido casarse durante el servicio, aunque en la práctica muchos
legionarios formaron familias sin haber salido del ejército. Al acabar los 25
años de servicio recibían como recompensa un lote de tierra en una colonia
militar junto a otros veteranos.
Cualesquiera que fueran las razones para su alistamiento, los soldados
quedaban, al poco tiempo, vinculados al ejército gracias a unos lazos de
lealtad y fraternidad al grupo en el que se hallaban. Unos lazos que se
fomentaban en cualquier ámbito. La organización jerárquica estaba muy unida. En
el nivel más bajo los legionarios formaban parte de un contubernium, consistente
en un grupo de 8 hombres que compartían barracón y hacían vida juntos. Cada
diez contubernia se formaba una centuria. Al mando de la centuria, el
centurión. Seis centurias formaban una cohorte. Diez cohortes, una legión. Cada
legión tenía sus propias tradiciones, sus propios símbolos, con los que se
identificaban los soldados, creando hasta cierta rivalidad entre legiones. El
oficial con el que interactuaba el soldado era el centurión, y por debajo, los
principales. Para ser centurión el legionario debía cumplir quince años de
servicio, saber leer y escribir –cumplía tareas administrativas-. Por encima
del centurión el acceso estaba vetado, destinado a miembros de las clases
dominantes, puestos por protectores poderosos.
Instrucción
y funciones de un legionario
Los legionarios eran destinados a zonas lejanas, normalmente a las
fronteras del imperio o a las ciudades del Este del Mediterráneo, donde hacía falta una
presencia militar importante, pues el riesgo de rebelión era mayor. En estos
casos, el combate era poco frecuente, por lo que los soldados acababan pasando
gran parte de su tiempo acuartelados. Había que hacer un esfuerzo para
mantenerse en buena forma militar, de modo que el entrenamiento en la Legión
era esencial.
El entrenamiento tenía tres objetivos. La forma física, la habilidad en
el uso de armas y la coordinación entre hombres como parte de un todo. Marchas
de hasta cincuenta kilómetros cargados con el equipo, simulación de combates
individuales o en equipo. Marchas y formaciones… pero esto no era todo. Aparte
de estas rutinas, las guardias, el cuidado de los equipos y los uniformes,
también realizaban tareas de vigilancia en zonas de riesgo, y obras de
construcción civiles y militares, a gran escala: acueductos, calzadas, fuertes
e incluso talleres de manufactura, de armas y cerámicas. Las tareas eran tantas
que los legionarios acababan acogiendo con entusiasmo las campañas
bélicas para poder evitar las rutinas habituales.
Estas campañas tenían un objetivo casi disciplinario, esto es, infligían
tal estrago al enemigo o a los sublevados que esperaban sembrar el miedo
suficiente para evitar que se repitiera. Las marchas tenían, en teoría, una
velocidad de 6 km/h aunque finalmente quedaba marcada por los carros, los
animales de carga y la artillería. Por lo general, la logística era tan buena
que podía suministrar alimentos, tanto a los legionarios como a los animales, durante
la campaña.
En ocasiones, la función principal de los legionarios era devastar
brutalmente la zona, a modo de castigo, destruyendo cosechas, ganado y
edificios.
Al caer la noche, se construían campamentos provisionales defensivos,
rodeados por un terraplén, con empalizada y un foso. Para ello, unos diez
hombres de cada centuria se adelantaban para adelantar trabajo.
Definitivamente, las legiones realizaban labores ingenieriles asombrosas, con
el fin de salvar obstáculos naturales. Durante la primera campaña contra los
dacios el ejército de Trajano cruzó el Danubio por un puente provisional de
barcas que construyeron con urgencia. Regresaron cinco años más tarde para una
campaña decisiva, y construyeron un puente colosal con arcos, en piedra y
madera.
El asedio:
armas y tácticas
El asedio suponía una operación prolongada en tiempo, pues asaltar una
ciudad fortificada podía resultar una tarea harto difícil. El último recurso en
los asedios era entrar en la plaza fuerte para la lucha cuerpo a cuerpo. Si
ocurría, los habitantes defensores, que se habían negado a rendirse con
anterioridad, no debían esperar ningún tipo de piedad. Los legionarios habían
visto morir sus compañeros y ahora se entregaban a una matanza desenfrenada, a
las violaciones y al pillaje. Era su recompensa por la victoria y la venganza
por la muerte de sus compañeros. Esta práctica era una táctica que Roma
fomentaba para disuadir a otros oponentes a resistirse.
Durante el asedio al ejército de Vercingetórix en Alesia, -Galia
Central- (Francia), los legionarios de César construyeron un muro y un foso de
18 km, con 23 fuertes y más de 100 torres de madera alrededor del fuerte galo,
que estaba situado sobre una colina. Al acabar, erigieron un muro fortificado
que miraba hacia el exterior, para defenderse del ejército galo que acudía en
auxilio de los sitiados. Esto ocurrió en el año 52 a.C.
Los romanos usaban artillería de asedio para bombardear al enemigo,
generalmente con artefactos derivados de la ballista, máquina similar a una
ballesta pero gigante. En el Imperio tardío se usaría además una catapulta de
un solo brazo llamada onagro. Ninguna de estas máquinas sería suficiente para
derribar murallas. Se disparaban desde las torres de madera para causar daño y
bajas dentro del recinto asediado. Para abrir una brecha en los muros, los
legionarios se acercaban a su objetivo mediante el famoso testudo (en latín,
tortuga). En esta formación el grupo de soldados avanzaba cubierto
completamente por los escudos. Al alcanzar el muro, lo atacaban con barras de
metal y picos, o trataban de cavar un túnel.
La legión
en las batallas
Las batallas campales eran poco frecuentes pero suponían la prueba
principal para medir la pericia y la valentía del legionario. No tenían ninguna
ventaja tecnológica especial, aunque desplegaban artillería en forma de
pequeñas ballistae llamadas escorpiones, estas armas no eran decisivas. Los
romanos no solían emplear fortificaciones provisionales en el campo de batalla,
salvo para defender los flancos. Su armadura era ligeramente superior, pero la
espada, la lanza y el escudo eran similares a las de los ‘bárbaros’. La
brutalidad del combate cuerpo a cuerpo exigía mucho valor: era entonces cuando
los lazos de camaradería y la fidelidad al cuerpo desplegaban todo su efecto.
No es que las legiones fueran invencibles, pero sus éxitos frente a
enemigos en los dos primeros siglos de la era cristiana son
impresionantes. Del S.III en adelante las legiones serían a menudo un arma para
las luchas de poder entre líderes. Problemas económicos obligarían a usar
armaduras baratas, y las crisis políticas dificultaron la formación y el
suministro. En el Bajo Imperio había desaparecido la distinción entre
ciudadanos legionarios y auxiliares bárbaros. Sin embargo, muchas tradiciones
del ejército romano perdurarían en el Imperio Oriental.
Las tropas
auxiliares
Los auxiliares se reclutaban entre los pueblos bárbaros, normalmente
aquellos bajo el yugo ya del Imperio, que no gozaban del privilegio de
ciudadanía. Eran un refuerzo necesario para el ejército romano por el número de
efectivos y más aún por su especialización. Constituían la mayor parte de la
caballería. Los auxiliares debían servir también durante 25 años. Al completar
su servicio se les recompensaba con la concesión de la ciudadanía romana para
ellos y sus descendientes. Una cohorte auxiliar estaba formada por reclutas de
una misma región, acuartelada lejos de su lugar de origen –política que también
puso en práctica el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial–. Cobraban menos
que los legionarios y solían encarar las acciones más arriesgadas, pero estaban
sujetos a una disciplina menos rigurosa, no participaban en los trabajos de
ingeniería y construcción, y cargaban con menos peso en las marchas.
Muchos auxiliares estaban especializados según regiones, como los
honderos baleares y los arqueros sirios. Los más significativos fueron los
expertos jinetes de Batavia, Panonia y Tracia, armados con lanzas, jabalinas y
spatha, espada más larga que el gladius de la infantería. La caballería no
solía actuar como fuerza de choque contra la infantería, sino que defendía los
flancos, rodeaba al enemigo y perseguía a los soldados en fuga. En el Bajo
Imperio fue adquiriendo un papel cada vez más importante en la batalla.
Armas y
armaduras
La armadura del legionario combinaba protección y movilidad. Cabeza,
hombros y torso quedaban protegidos por el casco y la coraza de hierro, pero
brazos y piernas quedaban al descubierto. A veces los soldados llevaban grebas
para protegerse las piernas e incluso placas solapadas para los brazos. La
armadura corporal a base de placas solapadas fue común. Podía pesar hasta 9
kilos y llevaba algún tipo de forro acolchado para la comodidad del legionario.
Las resistentes sandalias de suela con clavos de hierro se llamaban cáligas.
El legionario en marcha cargaba con la armadura, el escudo y las armas,
que podían llegar a pesar 20 kilos, pero además portaba una serie de objetos
-desde herramientas hasta utensilios de cocina- que podía suponer 15 kilos más
de carga. Los elementos más pesados viajaban en carretas de bueyes. Algunos
soldados no llevaban carga con el fin de estar listos para el combate en caso
de emboscada. El armamento habitual eran dos jabalinas, y una espada corta para
luchar cuerpo a cuerpo una vez entablada la batalla. Algunos legionarios
llevaban también un puñal.
Los fuertes
romanos
Las mejores fortificaciones del mundo antiguo fueron realizadas por los
romanos. En campaña, las legiones –nunca los auxiliares- construían campamentos
fortificados rodeados por un terraplén, con empalizada y un foso. Los
campamentos fortificados permanentes eran de piedra. Los provisionales eran de
madera. Los fuertes servían como cuarteles, como almacenes de suministros y
como centros administrativos para mantener la presencia militar romana en
territorios potencialmente hostiles. Las condiciones de habitabilidad eran muy
simples y el espacio escaso, pero contaban con baños con calefacción y las
letrinas con agua corriente. Alrededor de los fuertes se asentaba la población
local para abastecer a las tropas. Por eso, muchos pueblos y ciudades actuales
tienen su origen en una base militar romana.
Los
barracones
Los barracones eran de piedra con tabiques hechos de ramas entrelazadas.
Las tropas se dividían en contubernia de ocho hombres. A cada contubernium le
correspondía un reducido espacio de dos habitaciones donde debía guardar gran
parte de su equipo. El centurión y los oficiales de menor graduación ocupaban
un espacio algo mayor al fondo de los barracones. La caballería se alojaba en
barracones de tamaño similar, con treinta hombres y sus animales en cada
bloque. Por el contrario, el oficial al mando del fuerte disponía de una vivienda
cómoda.
Eso sí, los romanos exportaban su estilo arquitectónico, y la vivienda
oficial debía imitar a la típica villa romana, independientemente del lugar
donde se ubicaran. Al no tener en cuenta el clima local, estas construcciones
mediterráneas aireadas y con patrio central abierto resultaban bastante
inapropiadas en los severos inviernos de las provincias septentrionales.
Los
enemigos de Roma
Los Cartagineses: el ejército con el que Aníbal invadió Italia en 218 a.C. era una
fuerza mercenaria de procedencia diversa, reclutada principalmente entre los
aliados, norteafricanos de Cártago, y hombres de Hispania. Cada pueblo luchaba
con los suyos y a su manera. Los libios tenían una gran infantería y los
númidas una excelente caballería ligera. Las tribus montañesas hispanas
luchaban a caballo o a pie, con una espada corta. Los baleares dominaban el uso
de la honda, con la que lanzaban lluvias de piedras y bolas de plomo. Los
elefantes de guerra de Aníbal, de una raza africana menor, servían para
dispersar a la caballería enemiga y como torre para lanzar flechas.
El ejército cartaginés derrotó a los romanos en Cannas, (216 a.C.), y su
campaña en Italia duró 15 años. Al trasladarse la lucha al norte de África tuvo
que nutrirse de reclutas autóctonos. Roma les derrotó definitivamente en Zama.
Los Germanos: Teutones, godos, francos, vándalos, entre otros, fueron de los
enemigos más persistentes para el Imperio romano durante casi siete siglos. Al
igual que los celtas, los germanos estaban acostumbrados a la guerra tribal más
o menos permanente, practicada por lo general en bandas capitaneadas por un
líder experimentado. Luchaban en densas falanges de infantes armados con lanzas
con punta de hierro. Evitaban las batallas campales y preferían la emboscada y
el ataque por sorpresa seguido de una retirada rápida. De los ostrogodos y los
vándalos nacería una especie de aristocracia montada a caballo, con armadura,
como figura previa a lo que posteriormente sería el caballero medieval.
Los celtas: Los celtas de la Galia, de Bretaña o de la Península Ibérica
practicaban un tipo de combate completamente diferente al romano. Se trataba de
grupos de jóvenes, liderados por un veterano, que realizaban incursiones en los
pueblos vecinos. Las batallas tribales tenían un carácter ritual, tanto es así
que antes de empezar a luchar algunos guerreros retaban a sus enemigos a un
combate individual. Atacaban cargando, salvajemente, entre gritos
ensordecedores. Los guerreros de élite utilizaban casco e incluso armadura de
cuero, pero su defensa principal era el escudo. A pie blandían largas espadas
de tajo y lanzas cortas. Algunos celtas usaban carros para desbaratar la
formación rival.
Los romanos se enfrentaron por primera vez con los celtas cuando estos
invadieron Italia en el S.IV antes de Cristo. Tras esto los enfrentamientos
fueron numerosos. Destacan sobre todo las campañas, antes mencionadas, contra
Vercingetórix y la reina britana Boudicca.
Fuente: La Gaceta
Sábado, 2. Enero 2016