sábado, 27 de febrero de 2016

El ejército romano y la legión, forja de un imperio

El ejército romano y la legión, forja de un imperio
Entre los S.V y I a.C. la república romana pasó de ser una reducida ciudad-estado a convertirse en una potencia imperial que dominó el Mediterráneo por la fuerza de las armas.

Por Laura Martín



En su esplendor, el ejército romano fue la fuerza bélica más eficaz de la Antigüedad: conquistó y mantuvo un imperio que en el S.I d.C. ocupó desde Gran Bretaña hasta el norte de África y de la península Ibérica hasta Egipto. La piedra angular de esta colosal organización fueron las legiones, una entrenada infantería profesional cuyas armas eran la espada, el escudo y la jabalina. Superiores a las demás fuerzas de combate tanto en campo abierto como en el asedio, amedrentaron o destruyeron a los enemigos de Roma en campañas despiadadas.
El primer ejército romano estaba formado por una milicia de soldados con dedicación parcial: todos los ciudadanos servían al estado durante periodos concretos. En el S.III a.C. las legiones comenzaron a tomar la forma y la organización que las convertiría en una fuerza prácticamente invulnerable. Sin ser todavía profesionales, eran extremadamente eficaces en el combate, y a medida que sus campañas extendían las fronteras de Roma, el servicio de los ciudadanos a tiempo parcial acabó siendo insuficiente para las necesidades militares del Imperio. Para las campañas prolongadas en lugares lejanos -o para una  guarnición permanente en las fronteras-, ya no servían simples ciudadanos a tiempo parcial. El ejército que conquistó la Galia bajo las órdenes de Julio César fue ya una fuerza regular de soldados profesionales.

Legionarios y auxiliares

La profesionalización del ejército también tenía desventajas, pues los soldados regulares acababan dirigiendo su fidelidad a su comandante en vez de al Estado, lo que supuso que durante un tiempo Roma sufriera guerras civiles entre generales rivales de su propio ejército. Pero cuando Augusto fue nombrado primer emperador, el ejército regular se convirtió en la base del Imperio Romano. Este ejército contaba con cohortes auxiliares formadas por bárbaros que no gozaban del privilegio de la ciudadanía romana. Incluía también caballería, elemento importante en el campo de batalla. Pero esto era complementario: El núcleo esencial era la infantería de ciudadanos romanos.
El legionario, encargado de mantener el Imperio Romano en su apogeo, era un soldado de a pie entrenado para luchar en formación cerrada con espada corta y jabalina. Por lo general era voluntario y debía cumplir ciertos requisitos: Ser ciudadano romano (los esclavos quedaban rigurosamente excluidos de la legión así como los condenados por delitos graves o pendientes de un proceso), y pasar duros exámenes físicos (podían ser rechazados por escasa estatura o por razones médicas). Pese a ello, los legionarios no eran una élite distinguida. En los primeros tiempos se ingresaba conforme a requisitos de propiedad, pero pronto los voluntarios del ejército profesional procedían de clases bajas, hijos de campesinos, e incluso vagabundos.

La vida en las legiones

La Legión atraía a hombres de vida insegura y sin perspectivas. El legionario recibía una paga humilde, y no cobraba más que un labrador, pero tenía la seguridad del trabajo, comida todos los días y oportunidad de progresar. Una vez reclutado se alistaba para veinte años de servicio activo, más otros cinco años como veterano, con deberes menos exigentes. Durante un cuarto de siglo era destinado a las fronteras del imperio y sometido a una férrea disciplina y a castigos severos, incluido el castigo de diezmo (el asesinato de uno de cada diez hombres a manos de sus compañeros). En teoría no estaba permitido casarse durante el servicio, aunque en la práctica muchos legionarios formaron familias sin haber salido del ejército. Al acabar los 25 años de servicio recibían como recompensa un lote de tierra en una colonia militar junto a otros veteranos.
Cualesquiera que fueran las razones para su alistamiento, los soldados quedaban, al poco tiempo, vinculados al ejército gracias a unos lazos de lealtad y fraternidad al grupo en el que se hallaban. Unos lazos que se fomentaban en cualquier ámbito. La organización jerárquica estaba muy unida. En el nivel más bajo los legionarios formaban parte de un contubernium, consistente en un grupo de 8 hombres que compartían barracón y hacían vida juntos. Cada diez contubernia se formaba una centuria. Al mando de la centuria, el centurión. Seis centurias formaban una cohorte. Diez cohortes, una legión. Cada legión tenía sus propias tradiciones, sus propios símbolos, con los que se identificaban los soldados, creando hasta cierta rivalidad entre legiones. El oficial con el que interactuaba el soldado era el centurión, y por debajo, los principales. Para ser centurión el legionario debía cumplir quince años de servicio, saber leer y escribir –cumplía tareas administrativas-. Por encima del centurión el acceso estaba vetado, destinado a miembros de las clases dominantes, puestos por protectores poderosos.

Instrucción y funciones de un legionario

Los legionarios eran destinados a zonas lejanas, normalmente a las fronteras del imperio o a las ciudades del Este del Mediterráneo, donde hacía falta una presencia militar importante, pues el riesgo de rebelión era mayor. En estos casos, el combate era poco frecuente, por lo que los soldados acababan pasando gran parte de su tiempo acuartelados. Había que hacer un esfuerzo para mantenerse en buena forma militar, de modo que el entrenamiento en la Legión era esencial.
El entrenamiento tenía tres objetivos. La forma física, la habilidad en el uso de armas y la coordinación entre hombres como parte de un todo. Marchas de hasta cincuenta kilómetros cargados con el equipo, simulación de combates individuales o en equipo. Marchas y formaciones… pero esto no era todo. Aparte de estas rutinas, las guardias, el cuidado de los equipos y los uniformes, también realizaban tareas de vigilancia en zonas de riesgo, y obras de construcción civiles y militares, a gran escala: acueductos, calzadas, fuertes e incluso talleres de manufactura, de armas y cerámicas. Las tareas eran tantas que los legionarios acababan acogiendo con entusiasmo las campañas  bélicas para poder evitar las rutinas habituales.
Estas campañas tenían un objetivo casi disciplinario, esto es, infligían tal estrago al enemigo o a los sublevados que esperaban sembrar el miedo suficiente para evitar que se repitiera. Las marchas tenían, en teoría, una velocidad de 6 km/h aunque finalmente quedaba marcada por los carros, los animales de carga y la artillería. Por lo general, la logística era tan buena que podía suministrar alimentos, tanto a los legionarios como a los animales, durante la campaña.
En ocasiones, la función principal de los legionarios era devastar brutalmente la zona, a modo de castigo, destruyendo cosechas, ganado y edificios. 
Al caer la noche, se construían campamentos provisionales defensivos, rodeados por un terraplén, con empalizada y un foso. Para ello, unos diez hombres de cada centuria se adelantaban para adelantar trabajo. Definitivamente, las legiones realizaban labores ingenieriles asombrosas, con el fin de salvar obstáculos naturales. Durante la primera campaña contra los dacios el ejército de Trajano cruzó el Danubio por un puente provisional de barcas que construyeron con urgencia. Regresaron cinco años más tarde para una campaña decisiva, y construyeron un puente colosal con arcos, en piedra y madera.

El asedio: armas y tácticas

El asedio suponía una operación prolongada en tiempo, pues asaltar una ciudad fortificada podía resultar una tarea harto difícil. El último recurso en los asedios era entrar en la plaza fuerte para la lucha cuerpo a cuerpo. Si ocurría, los habitantes defensores, que se habían negado a rendirse con anterioridad, no debían esperar ningún tipo de piedad. Los legionarios habían visto morir sus compañeros y ahora se entregaban a una matanza desenfrenada, a las violaciones y al pillaje. Era su recompensa por la victoria y la venganza por la muerte de sus compañeros. Esta práctica era una táctica que Roma fomentaba para disuadir a otros oponentes a resistirse.
Durante el asedio al ejército de Vercingetórix en Alesia, -Galia Central- (Francia), los legionarios de César construyeron un muro y un foso de 18 km, con 23 fuertes y más de 100 torres de madera alrededor del fuerte galo, que estaba situado sobre una colina. Al acabar, erigieron un muro fortificado que miraba hacia el exterior, para defenderse del ejército galo que acudía en auxilio de los sitiados. Esto ocurrió en el año 52 a.C.
Los romanos usaban artillería de asedio para bombardear al enemigo, generalmente con artefactos derivados de la ballista, máquina similar a una ballesta pero gigante. En el Imperio tardío se usaría además una catapulta de un solo brazo llamada onagro. Ninguna de estas máquinas sería suficiente para derribar murallas. Se disparaban desde las torres de madera para causar daño y bajas dentro del recinto asediado. Para abrir una brecha en los muros, los legionarios se acercaban a su objetivo mediante el famoso testudo (en latín, tortuga). En esta formación el grupo de soldados avanzaba cubierto completamente por los escudos. Al alcanzar el muro, lo atacaban con barras de metal y picos, o trataban de cavar un túnel.

La legión en las batallas

Las batallas campales eran poco frecuentes pero suponían la prueba principal para medir la pericia y la valentía del legionario. No tenían ninguna ventaja tecnológica especial, aunque desplegaban artillería en forma de pequeñas ballistae llamadas escorpiones, estas armas no eran decisivas. Los romanos no solían emplear fortificaciones provisionales en el campo de batalla, salvo para defender los flancos. Su armadura era ligeramente superior, pero la espada, la lanza y el escudo eran similares a las de los ‘bárbaros’. La brutalidad del combate cuerpo a cuerpo exigía mucho valor: era entonces cuando los lazos de camaradería y la fidelidad al cuerpo desplegaban todo su efecto.
No es que las legiones fueran invencibles, pero sus éxitos frente a enemigos en los dos primeros siglos de la era cristiana  son impresionantes. Del S.III en adelante las legiones serían a menudo un arma para las luchas de poder entre líderes. Problemas económicos obligarían a usar armaduras baratas, y las crisis políticas dificultaron la formación y el suministro. En el Bajo Imperio había desaparecido la distinción entre ciudadanos legionarios y auxiliares bárbaros. Sin embargo, muchas tradiciones del ejército romano perdurarían en el Imperio Oriental.

Las tropas auxiliares

Los auxiliares se reclutaban entre los pueblos bárbaros, normalmente aquellos bajo el yugo ya del Imperio, que no gozaban del privilegio de ciudadanía. Eran un refuerzo necesario para el ejército romano por el número de efectivos y más aún por su especialización. Constituían la mayor parte de la caballería. Los auxiliares debían servir también durante 25 años. Al completar su servicio se les recompensaba con la concesión de la ciudadanía romana para ellos y sus descendientes. Una cohorte auxiliar estaba formada por reclutas de una misma región, acuartelada lejos de su lugar de origen –política que también puso en práctica el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial–. Cobraban menos que los legionarios y solían encarar las acciones más arriesgadas, pero estaban sujetos a una disciplina menos rigurosa, no participaban en los trabajos de ingeniería y construcción, y cargaban con menos peso en las marchas.
Muchos auxiliares estaban especializados según regiones, como los honderos baleares y los arqueros sirios. Los más significativos fueron los expertos jinetes de Batavia, Panonia y Tracia, armados con lanzas, jabalinas y spatha, espada más larga que el gladius de la infantería. La caballería no solía actuar como fuerza de choque contra la infantería, sino que defendía los flancos, rodeaba al enemigo y perseguía a los soldados en fuga. En el Bajo Imperio fue adquiriendo un papel cada vez más importante en la batalla.

Armas y armaduras

La armadura del legionario combinaba protección y movilidad. Cabeza, hombros y torso quedaban protegidos por el casco y la coraza de hierro, pero brazos y piernas quedaban al descubierto. A veces los soldados llevaban grebas para protegerse las piernas e incluso placas solapadas para los brazos. La armadura corporal a base de placas solapadas fue común. Podía pesar hasta 9 kilos y llevaba algún tipo de forro acolchado para la comodidad del legionario. Las resistentes sandalias de suela con clavos de hierro se llamaban cáligas.
El legionario en marcha cargaba con la armadura, el escudo y las armas, que podían llegar a pesar 20 kilos, pero además portaba una serie de objetos -desde herramientas hasta utensilios de cocina- que podía suponer 15 kilos más de carga. Los elementos más pesados viajaban en carretas de bueyes. Algunos soldados no llevaban carga con el fin de estar listos para el combate en caso de emboscada. El armamento habitual eran dos jabalinas, y una espada corta para luchar cuerpo a cuerpo una vez entablada la batalla. Algunos legionarios llevaban también un puñal.

Los fuertes romanos

Las mejores fortificaciones del mundo antiguo fueron realizadas por los romanos. En campaña, las legiones –nunca los auxiliares- construían campamentos fortificados rodeados por un terraplén, con empalizada y un foso. Los campamentos fortificados permanentes eran de piedra. Los provisionales eran de madera. Los fuertes servían como cuarteles, como almacenes de suministros y como centros administrativos para mantener la presencia militar romana en territorios potencialmente hostiles. Las condiciones de habitabilidad eran muy simples y el espacio escaso, pero contaban con baños con calefacción y las letrinas con agua corriente. Alrededor de los fuertes se asentaba la población local para abastecer a las tropas. Por eso, muchos pueblos y ciudades actuales tienen su origen en una base militar romana.

Los barracones

Los barracones eran de piedra con tabiques hechos de ramas entrelazadas. Las tropas se dividían en contubernia de ocho hombres. A cada contubernium le correspondía un reducido espacio de dos habitaciones donde debía guardar gran parte de su equipo. El centurión y los oficiales de menor graduación ocupaban un espacio algo mayor al fondo de los barracones. La caballería se alojaba en barracones de tamaño similar, con treinta hombres y sus animales en cada bloque. Por el contrario, el oficial al mando del fuerte disponía de una vivienda cómoda.
Eso sí, los romanos exportaban su estilo arquitectónico, y la vivienda oficial debía imitar a la típica villa romana, independientemente del lugar donde se ubicaran. Al no tener en cuenta el clima local, estas construcciones mediterráneas aireadas y con patrio central abierto resultaban bastante inapropiadas en los severos inviernos de las provincias septentrionales.

Los enemigos de Roma

Los Cartagineses: el ejército con el que Aníbal invadió Italia en 218 a.C. era una fuerza mercenaria de procedencia diversa, reclutada principalmente entre los aliados, norteafricanos de Cártago, y hombres de Hispania. Cada pueblo luchaba con los suyos y a su manera. Los libios tenían una gran infantería y los númidas una excelente caballería ligera. Las tribus montañesas hispanas luchaban a caballo o a pie, con una espada corta. Los baleares dominaban el uso de la honda, con la que lanzaban lluvias de piedras y bolas de plomo. Los elefantes de guerra de Aníbal, de una raza africana menor, servían para dispersar a la caballería enemiga y como torre para lanzar flechas.
El ejército cartaginés derrotó a los romanos en Cannas, (216 a.C.), y su campaña en Italia duró 15 años. Al trasladarse la lucha al norte de África tuvo que nutrirse de reclutas autóctonos. Roma les derrotó definitivamente en Zama.

Los Germanos: Teutones, godos, francos, vándalos, entre otros, fueron de los enemigos más persistentes para el Imperio romano durante casi siete siglos. Al igual que los celtas, los germanos estaban acostumbrados a la guerra tribal más o menos permanente, practicada por lo general en bandas capitaneadas por un líder experimentado. Luchaban en densas falanges de infantes armados con lanzas con punta de hierro. Evitaban las batallas campales y preferían la emboscada y el ataque por sorpresa seguido de una retirada rápida. De los ostrogodos y los vándalos nacería una especie de aristocracia montada a caballo, con armadura, como figura previa a lo que posteriormente sería el caballero medieval.

Los celtas: Los celtas de la Galia, de Bretaña o de la Península Ibérica practicaban un tipo de combate completamente diferente al romano. Se trataba de grupos de jóvenes, liderados por un veterano, que realizaban incursiones en los pueblos vecinos. Las batallas tribales tenían un carácter ritual, tanto es así que antes de empezar a luchar algunos guerreros retaban a sus enemigos a un combate individual. Atacaban cargando, salvajemente, entre gritos ensordecedores. Los guerreros de élite utilizaban casco e incluso armadura de cuero, pero su defensa principal era el escudo. A pie blandían largas espadas de tajo y lanzas cortas. Algunos celtas usaban carros para desbaratar la formación rival.
Los romanos se enfrentaron por primera vez con los celtas cuando estos invadieron Italia en el S.IV antes de Cristo. Tras esto los enfrentamientos fueron numerosos. Destacan sobre todo las campañas, antes mencionadas, contra Vercingetórix y la reina britana Boudicca.

Fuente: La Gaceta
Sábado, 2. Enero 2016


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